Cuando era pequeña, lo que me separaba del infierno, era un pasillo largo y angosto con varias puertas.
Había una que no debía abrir si quería estar a salvo. Pasar esa puerta significaba seguir viviendo.
Quizás la tristeza me lleve estos días a recordarla especialmente.
La tristeza se parece mucho al miedo, por eso mi última entrada hablaba de puertas.
Después de la muerte de mi hija, esa puerta que tanto trabajo me había costado cerrar volvió a abrirse.
La última puerta es esa puerta.
A veces esa puerta se parece al mundo.
A veces, en medio de tanta incertidumbre, otra vez aparece en mi memoria.
También, a veces, no consigo saber si estoy dentro o fuera.
Sólo se que debo volver a cerrarla para poder curar las heridas.
Las que se puedan...
Ayer durante la presentación del libro de Javier Plaza en la Asociación
Cultural Tertulia Albada, pasamos un rato estupendo, hablando del Pirineo,
de los S...