El estado de indefensión por el que atravesamos los padres a partir de la muerte de un hijo trae consigo un dolor devastador inexplicable, un dolor delirante; la sensación de amputación general hace que nuestro andar a partir de ahora sea inseguro e incierto.
Mucho dependerá de lo que hagamos para encontrar nuevamente equilibrio y paz en nuestra vida.
El tiempo solo, no hace milagros, como dice Earl Grollman (consejero de duelo internacional) , el tiempo es neutral y es tarea nuestra la de encontrar un nuevo sentido a la vida.
En los primeros días tenemos una gran tendencia a sentir culpa... culpa por lo que hicimos o dejamos de hacer, cuando de todos modos la muerte ya es irreversible... Ni aún sintiendo toda la culpa del mundo le devolveremos la vida a nuestros hijos.
Debemos quizás empezar por aceptar nuestras limitaciones y entonces llegaremos a suavizar el sentimiento de culpa.
Otras veces sentimos resentimiento, que sería la culpa puesta fuera de nosotros, en el resentimiento los culpables son otros ; nos enfadamos con Dios o con los hombres, nos llenamos de bronca, de rencor, consumimos buena parte de nuestra energía masticando nuestra impotencia, fantaseando represalias.
La vida, como seres imperfectos que somos, es una sucesión de amores y de errores que forman parte de nuestro aprendizaje.
Desde este lugar nos es posible pensar que no ha debido ser invariablemente una relación ideal la que tuvimos con nuestro hijo para tener que justificar el profundo dolor que sentimos por su ausencia.
Debemos saber que no precisamos convencer a nadie de cuanto nos duele su muerte, no es imprescindible el consenso de los demás ni recibiremos nada a cambio que pueda mitigar nuestro doloroso presente.
En cuanto a las características de los duelos, aceptemos que no existen dos duelos iguales, cada cual expresa sus emociones de una manera distinta.
Ocupémonos entonces de sobrellevar nuestro propio duelo que con eso lamentablemente tenemos más que suficiente.
Recordemos que el nacer y el morir son experiencias solitarias que ocurren más allá de nuestras posibilidades de elegir.
Intentemos entonces concentrar nuestra energía en recordar a nuestros hijos por su vida y no por su muerte.
Busquemos en nuestra memoria y en nuestro corazón todos aquellos momentos de felicidad y dicha que a partir de ahora serán nuestro presente y nuestro futuro con ese hijo.
Tratemos de establecer ese delicado equilibrio entre el ayer que debe ser recordado y el mañana que tenemos que crear.
Y como dije antes, si bien el tiempo es neutral, según García Márquez "la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado".
(cita de "El Coronel no tiene quién le escriba")
Ayer durante la presentación del libro de Javier Plaza en la Asociación
Cultural Tertulia Albada, pasamos un rato estupendo, hablando del Pirineo,
de los S...