Escuchando las noticias sobre el terremoto de Japón, puedo hacer una comparativa con mi situación actual.
La muerte de Ludmila fue y es equivalente, por así decirlo, a recibir un ataque con 10000 bombas nucleares similares a aquellas que pusieron fin a la Segunda Guerra Mundial.
Desconozco mis medidas antisísmicas, es decir, mi capacidad intuitiva para dejar entrar luz ante semejante oscuridad.
Puedo preveer, basándome en puras teorías que saldré adelante; entendiendo como "salir", encontrar un sentido a tanto sufrimiento.
Varias veces escuché que hay que dejar el sufrimiento de lado: "No podemos vivir toda la vida sufriendo".
¿Acaso hay alguien que se encuentre a salvo de él?
La vida humana está hecha de una serie de destrucciones y reconstrucciones", dice Norman Mailer.
Este patriarca de las letras, golpeador de conciencias, establece su propio sistema de valores donde nos presenta un Dios que a veces triunfa, pero que también suele fracasar contra las fuerzas opuestas del universo.
Este es el Dios que me gusta a mí.
El sentido no es otro que, a pesar del sufrimiento, aprender a sacar lo mejor de cada uno y ofrecérselo a otros.
El dolor por la muerte de un hijo es una realidad que nos iguala; seamos cristianos, musulmanes o ateos.
Dice León Bloy que en el corazón del hombre hay muchas cavidades que desconocemos hasta que viene el dolor a descubrírnoslas.
El dolor forma parte de nuestra condición humana y descubre el corazón.
Se sufre incluso antes de nacer.
El médico neonatólogo Carlo Benelli afirma que el feto no sólo siente dolor, sino que su percepción parece ser más profunda que la de un niño mayor.
Se puede sufrir y ser feliz a la vez.
Cuando comencemos a experimentar este nuevo sentimiento, sabremos que la esperanza se ha abierto paso en nuestra vida.
A Ludmila, mi dulce mariposa.
Ayer durante la presentación del libro de Javier Plaza en la Asociación
Cultural Tertulia Albada, pasamos un rato estupendo, hablando del Pirineo,
de los S...