Desde el momento en que eres padre, intentas proteger a tus hijos del dolor y la tristeza.
Pero de pronto, tu hijo se enfrenta a la situación más terrible que puede sucederle a una persona. Se trata de un dolor casi imposible de comprender.
Entonces te enfrentas a infinidad de emociones: desamparo, ira, frustración, tristeza, culpa.
Sufres un profundo dolor por tu nieto: todas tus ilusiones y expectativas acaban de derrumbarse, acaba de apagarse la vida de tu descendencia.
Al mismo tiempo, sufres un profundo dolor por tu hijo. Te sientes fatal porque tu hijo sufre intensamente y no puedes hacer nada para evitarlo. Sólo puedes sentarte a su lado, ofrecer ayuda y observar el modo en que tu hijo intenta sobrevivir a la tragedia.
Para los abuelos el duelo será doble: por una parte, el del nieto que nunca llegará a ser adulto y cuya muerte contradice obviamente las leyes de la naturaleza, y por otra, el duelo que sufren por su hijo que vive un dolor inmenso para el cual no existe consuelo posible.
Los abuelos son mudos testigos de una tragedia familiar que viven con impotencia porque sienten que habría sido más lógica y esperable su muerte y no la de su nieto.
Pero la realidad no es así.
Hay que ser conscientes de que la muerte se presenta sin avisar.
Por eso tenemos que prestarles especial atención también a ellos... Porque su dolor es comparable al de los padres, y los acompañará hasta el último de sus días...
Ayer durante la presentación del libro de Javier Plaza en la Asociación
Cultural Tertulia Albada, pasamos un rato estupendo, hablando del Pirineo,
de los S...